Canto la diversidad,
que es sirena del mundo.
Diversidad es verdad
y yo en la diversidad me fundo.
Canto el nervio y el trapío,
la cuna ancha y la veleta,
la codicia, el poderío y la
fiereza indiscreta.
Canto las capas, los pelos,
los colores y caprichos,
las herencias y los celos
y remiendos en los bichos.
Los sardos, los chorreados,
castaños y jaboneros,
los berrendos, salpicados,
jirones y botineros.
El cárdeno que reviste
dudosa sobrepelliz y el
colorado que embiste,
rojo el cerco de perdiz.
Y el blanco de tan buen juego
que nadó y guardó la ropa
cuando navío de fuego
llevaba en el lomo a Europa.
Canto el toreo campestre
y la égloga en la ladera,
la dehesa, y el ecuestre
derribo por la ribera.
El herradero que huele
a cuero quemado al rojo,
la tienta que tienta y duele
y el retozar del añojo.
Canto el cortijo en invierno
las largas noches heladas
y el sol primerizo y tierno
con las frescas galopadas.
Canto el ganado en el cerro
y el albur del apartado,
la procesión del encierro
y el traidor encajonado.
Canto la lidia completa
con sus tres tercios cumplidos,
la diana y la retreta,
la feria y sus alaridos.
Salgan toros y mas toros,
naipes varios y diversos,
bastos, espadas y otros.
Pinten toros, jueguen versos.
Salga el toro que puntea
y el que mosquea y escarba
y el que duda y gazapea
y el que busca oro en la parva.
El que en tablas remata,
el huido, el polvorilla,
el que rompe y desbarata
y hace andar de coronilla.
Quiero exaltar la pelea
del duro como una roca
que al caballo romanea
y no quiere abrir la boca.
Gloria a aquel que se encampana
y al de tan nervioso celo
que la vuelta de campana da,
los cuernos en el suelo.
Hasta el manso de carreta
me gusta ver en la plaza
cuando el que peina coleta
es un maestro de raza.
Y -oh palabra- al burriciego
-bizco, cegato o miope-
al que hay que gritarle en griego
para que embista o que tope.
Y al cuellilargo miura
que convida al harakiri
y al chico, de raza pura,
bravisimo carriquiri.
Canto las suertes arcaicas
del abolengo navarro,
las majezas pirenaicas,
la capea desde el carro.
La estatua de Don Tancredo
que el ciclón no bambolea,
rey del denuedo y del miedo
cuando el zorro le olfatea.
El golpe a topacarnero
en el valor se derrocha
y alas para qué os quiero
el salto de la garrocha.
La cadena haciendo eses
en la pega de forcados,
los rejones portugueses
en huracán galopados.
Los recortes de salida
capote en brazo ay, Reverte
y el farol, flor ofrecida
al hachazo de la muerte.
Las del peón de confianza
contra el toro buscapiés
largas templando pujanza
hasta colocarlo al bies.
Y las otras del espada
sacando el quite a una mano
y dejando perfumada
la larga azul del habano.
El quiebro, pies montera,
clavando un par de las cortas,
burlas, giros de cadera
y otro par como unas tortas.
Y los desplantes felices
de arrebato y salero.
( Muchacho, no flamenquices
si no naciste torero.)
Me gusta toda la fiesta
y hasta el torpe descabello,
cuando la testuz molesta
de enhiesta y arruga el cuello.
La fiesta es larga y se anilla
como una serpiente boa.
Diversidad, maravilla
que se anilla y desanilla:
por ti escribo esta loa.
martes, 2 de agosto de 2011
lunes, 1 de agosto de 2011
AIRES TOREROS EN LA RAZA PURA.. PRIMERA PARTE.
Noche tranquila de apacible estío,
descansa la ciudad en paz profunda;
descansa la ciudad, reinando en torno
silencio, soledad y sombra oscura.
Tres golpes de metal en la alta torre
con dejo melancolico retumban;
suenan en las calles apagado canto,
y silencio despues, y paz profunda.
Ora un curioso, cuyo insomnio inquieto,
y cuyo vago dormitar ocupan
plazas y toros y rumor de gente,
presa de su afición la mente ilusa.
Lanzado del delirio al triple golpe
de la torre, á su tálamo renuncia.
A una ventana se endereza, la abre,
y obserba la atención de quien escucha.
Esperaba las tres, las tres sonaron,
hora en que la algarrada se efectua,
hora en que las primeras algazaras
el soberbio espectáculo preludian.
Todo es silencio; ni ligero ruido
del ambiente alterar la paz nocturna
se nota; pero en pos gritar lejano
entre ilusión y realidad fluctúa.
Y se pierde en las brisas de la noche,
cuando el curioso su atención aguza.
Ojos y boca estiende; hasta la vida
de su organismo entero se acumula.
A sus oidos; replegado espera
que el lánguido gritar se reproduzca;
Pero no se oye nada. A corto rato
una voz del cantar que se modula.
Allá en los retirados pastoreos,
hiere con melancólica dulzura
el aire, y el curioso mas atento
de que la voz no es falsa es segura;
Pero enmudece el canto, que las auras
sin predulio, sin eco, apenas turba.
El restallar de un látigo á un instante
seco y sin vibración el viento cruza.
Y á cada ruido el velador curioso
que todo es realidad con razon juzga,
y frotando sus palmas placentero,
bosquejase en su faz sonrisa muda.
Y su loco placer por puntos crece,
cuando mas y mas clara, mas aguda
la griteria primera toma cuerpo,
por grado el aura hiende, se atenua.
Y á la postrera oscilación se mezcla
el eco obtuso de insonoras zumbas,
cuyo eco sin vigor de rato en rato
suena con vibración vaga y confusa.
Nada ha sido ilusión. Allá en la plaza
que pisando el márgen del Segura
con grave majestad, á corto espacio
de la callada población figura.
Envuelto entre las sombras de la noche
Mónstruo gigante de espresión adusta,
prepárase el encierro, algun mujido
de agravio se desprende de las furias.
Que viene á la plaza, cuyo inquieto
y receloso afan calman sin duda,
ora el duro chasquido de los zurriagos,
ora el blando cantar de la pastura.
Y en vano los pastores vigilantes
tomarán trazas de eludir su fuga
al nativo redil pacedero
a no marchar en torno taciturna.
Que entre tablas y estrellas pernoctando
por presenciar el lance, ora con bulla
a los toros reciben, y con gritos,
con gritos destemplados los azuzan.
Que anuncian una mañana interesante
y de altas fiestas el afan anuncia.
Se abre aqui una ventana, una vidriera
cruje allá en un desvan, aqui se escuchan.
La alegre juventud va retozando
entrambos sexos con franqueza lubríca,
desempedrando calles y callizos,
para ver el encierro se apresuran.
Voz de la guerra cuyos graves males
al ciudadano por desgracia abruman,
templado su dolor, libre se entrega
al olvido, al placer y á la locura.
descansa la ciudad en paz profunda;
descansa la ciudad, reinando en torno
silencio, soledad y sombra oscura.
Tres golpes de metal en la alta torre
con dejo melancolico retumban;
suenan en las calles apagado canto,
y silencio despues, y paz profunda.
Ora un curioso, cuyo insomnio inquieto,
y cuyo vago dormitar ocupan
plazas y toros y rumor de gente,
presa de su afición la mente ilusa.
Lanzado del delirio al triple golpe
de la torre, á su tálamo renuncia.
A una ventana se endereza, la abre,
y obserba la atención de quien escucha.
Esperaba las tres, las tres sonaron,
hora en que la algarrada se efectua,
hora en que las primeras algazaras
el soberbio espectáculo preludian.
Todo es silencio; ni ligero ruido
del ambiente alterar la paz nocturna
se nota; pero en pos gritar lejano
entre ilusión y realidad fluctúa.
Y se pierde en las brisas de la noche,
cuando el curioso su atención aguza.
Ojos y boca estiende; hasta la vida
de su organismo entero se acumula.
A sus oidos; replegado espera
que el lánguido gritar se reproduzca;
Pero no se oye nada. A corto rato
una voz del cantar que se modula.
Allá en los retirados pastoreos,
hiere con melancólica dulzura
el aire, y el curioso mas atento
de que la voz no es falsa es segura;
Pero enmudece el canto, que las auras
sin predulio, sin eco, apenas turba.
El restallar de un látigo á un instante
seco y sin vibración el viento cruza.
Y á cada ruido el velador curioso
que todo es realidad con razon juzga,
y frotando sus palmas placentero,
bosquejase en su faz sonrisa muda.
Y su loco placer por puntos crece,
cuando mas y mas clara, mas aguda
la griteria primera toma cuerpo,
por grado el aura hiende, se atenua.
Y á la postrera oscilación se mezcla
el eco obtuso de insonoras zumbas,
cuyo eco sin vigor de rato en rato
suena con vibración vaga y confusa.
Nada ha sido ilusión. Allá en la plaza
que pisando el márgen del Segura
con grave majestad, á corto espacio
de la callada población figura.
Envuelto entre las sombras de la noche
Mónstruo gigante de espresión adusta,
prepárase el encierro, algun mujido
de agravio se desprende de las furias.
Que viene á la plaza, cuyo inquieto
y receloso afan calman sin duda,
ora el duro chasquido de los zurriagos,
ora el blando cantar de la pastura.
Y en vano los pastores vigilantes
tomarán trazas de eludir su fuga
al nativo redil pacedero
a no marchar en torno taciturna.
Que entre tablas y estrellas pernoctando
por presenciar el lance, ora con bulla
a los toros reciben, y con gritos,
con gritos destemplados los azuzan.
Que anuncian una mañana interesante
y de altas fiestas el afan anuncia.
Se abre aqui una ventana, una vidriera
cruje allá en un desvan, aqui se escuchan.
La alegre juventud va retozando
entrambos sexos con franqueza lubríca,
desempedrando calles y callizos,
para ver el encierro se apresuran.
Voz de la guerra cuyos graves males
al ciudadano por desgracia abruman,
templado su dolor, libre se entrega
al olvido, al placer y á la locura.
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